¿A quien no le ha dicho alguna vez su madre o su padre que la comida no se tira? Así, un poco por casualidad, enganché no hace mucho un documental emitido en “30 minuts” de TV3. En “El menjar que llencem/La comida que tiramos” nos dan la oportunidad de (re)conocer datos e imágenes espeluznantes sobre el despilfarro alimentario que se está produciendo en el llamado mundo rico. Y digo (re)conocer porqué seguro que algunas imágenes os resultaran tremendamente familiares.
Leyendo algunos artículos para complementar este post con un poquito más de chicha numérica podría resumir, mucho, diciendo que Estados Unidos tira aproximadamente el 40% de la comida que produce. Los europeos desperdiciamos una media 89 millones de toneladas al año y los japoneses tiran unos 11 trillones de yenes al vertedero.
Escarbando aun un poquito más encontré, además de algunos datos europeos, un estudio británico bautizado como “The food we waste”, y sinceramente, da miedito ojearlo… Según este estudio, el conjunto de hogares británicos tira un total de 6.9 millones de toneladas de desperdicios al año. Creo interesante reflexionar, además, sobre:
– un total de 4.1 millones de toneladas (61%) podría haberse comido si se hubiese usado un método de conservación adecuado
– únicamente 1.3 millones de toneladas (19%) se compone de residuos realmente inevitables y no comestibles: huesos, bolsitas de té, pieles de frutas y verduras…
– cerca de 1 millón de toneladas ni siquiera se sacó del embalaje.
Estos números son impresionantes y, no nos engañemos, no son únicamente británicos, que por ahí andamos los demás, tonelada arriba, tonelada abajo. Podríamos empezar la “ristra” de acusaciones por cualquiera de los integrantes de la cadena alimentaria pero, así, por manía, voy a empezar por los vendedores de sueños opulentos.
Las empresas productoras y los supermercados tiran de una imaginativa mezcla de acciones de marketing que nos atrapan para llevarnos a casa más de lo que nos vamos a poder comer. Un ejemplo claro y que todos conocemos son los típicos 2×1, 3×2, o 4×3… muchas veces casualmente relacionados con la pronta caducidad de fechas de consumo preferente, que como su propia palabra indica, es solo preferente. Ellos, obviamente, no lo van a poder vender llegada una fecha X, pero en muchos casos el producto es perfectamente comestible. Y dicho esto, ¿quien no se ha plantado con 12 yogures en la nevera?
Otro de los actores de la película son las autoridades gubernamentales, acompañados de sus regulaciones “rarunas”. La UE, por ejemplo, no permite comercializar productos que no adquieren ciertos estándares. Esto no quiere decir que nos prevengan de posibles contratiempos provocados por alimentos en mal estado, contra estas regulaciones, nada que decir. Pero en este caso tiene más que ver con criterios meramente estéticos, es decir, tal producto no entrará en el mercado europeo si no mide y pesa un mínimo de tanto. En el documental esto se ejemplifica con un 20% de la producción de un campo de melones pudriéndose en el propio campo por criterios meramente cosméticos… una penica, ¿no?
Y, no por último menos importante, también cuenta nuestro comportamiento como consumidores. Se produce para nosotros y se legisla para nosotros así que, de los dos malos de arriba, igual hasta somos peores. Pecamos, por lo que parece, de opulentos y “caprichosos”. Todos queremos lo más fresco, lo más bonito y, además, lo queremos más y más barato. Aparentemente lícito, ¿no?
Este amalgama de cosas se traduce en toneladas de basura comestible que no se reutiliza, que se pierde y que, aun encima, contamina muchísimo. Y todo ello, previo malgaste energético y económico en una producción obviamente inútil que, además, afecta negativamente a los países productores “del Sur” pero en este tema tal vez entraremos otro día.
Como contrapunto, e igual que en cualquier otra problemática social existen activistas. Con esto, no os estoy invitando al “freeganismo” pero os lo presento a quienes no lo conocíais. Este movimiento nace en los 90 y se basa en el aprovechamiento de recursos. Esta cosa tan genérica se concreta, entre otras cosas, en comer productos en buen estado desechados por las grandes superficies, supermercados, productores o pequeñas tiendas. Un exponente de este movimiento es Tristam Stuart, autor del libro “Despilfarro” (Alianza) , un libro muy recomendable. El freeganismo, obviamente, no siempre es una decisión política. Lamentablemente, parece que los freganos crecen según crecen los problemas económicos y, de esto, también encontraréis algún ejemplo en el documental. Y es que si nadie se preocupa por reorganizar este despilfarro me parece perfectamente lícito que quien no pueda, o no quiera, comprar comida aproveche aquella que terminará igualmente en el vertedero y que es perfectamente comestible.
Buscar soluciones a grandes problemas como este puede parecer absurdo a título individual pero así, de entrada, nosotros como consumidores tenemos el “poder” de crear demanda. Así que… ¿Qué tal si nos preocupamos de comprar sólo lo que necesitamos?¿Qué tal si reinterpretamos las fechas de consumo “preferentes” utilizando nuestros sentidos para saber si un alimento está en mal estado? ¿Qué tal si compramos también verdura imperfecta?
¿Compramos fruta fea?
Más información: aquí, aquí, aquí y aquí.
Foto: Albert Vinyals
Magnífico artículo! Buen trabajo!